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Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos.

Rayuela, capitulo 93, Julio Cortazar
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viernes, 19 de julio de 2013

Relatos Inesperados. Fragmento

PROLOGO.

Se subió el cierre de la campera y se quedó mirando el vapor que salía de su boca. Estaba nublado y hacía bastante frío. A pesar de que los pibes habían empezado el reparto, todavía quedaba un gran número de diarios sobre los tablones. Empezó a acomodar todo para abrir el puesto. Hacia poco que laburaba como canillita. La primera parte era la más tediosa, pero una vez que estaba todo en su lugar, era un trabajo relajado. Tomar mate, hablar y atender a la gente. Leer. Leía mucho. El diario, revistas, libros, historietas. A veces también escribía en los días de lluvia, cuando la clientela era poca. Solía escribir los sueños que había tenido, todo lo bien que se lo permitía su memoria. Lo que no se acordaba lo inventaba. Pero no había escrito su último sueño, ni el sueño anterior, ni el anterior. En realidad todos eran el mismo sueño. Aunque sería mejor llamarlo pesadilla. Se repetía una y otra vez, noche tras noche. Aterradora, terrible. Recordaba perfectamente el brillo que lo cegaba. El calor creciente. Y el dolor. El dolor que le producía que cada centímetro de su piel se brotara de ampollas para luego derretirse. No podía dejar de recordar que la mezcla de piel y músculos en estado viscoso caía al suelo mientras sus huesos se prendían fuego, para luego despertar, sano y salvo en su cama. Así cada vez. Terminó de colgar los fascículos. Revisó que todo estuviese en su lugar y pasó un plumero sobre las revistas para sacarles el polvo acumulado. El espacio dentro del puesto era reducido, pero no sin comodidades: bidón de agua, una pequeñísima heladera, un aire acondicionado, una pequeña pileta para lavar las manos, y una pava eléctrica. El mate era infaltable, tras la apertura era lo más importante del día. Lo preparó con esmero, mientras escuchaba las primeras gotas caer sobre el techo metálico. Día de escritura pensó y se tomó el primer mate. Buscó el cuadernito entre los papeles. Dio vueltas las páginas, pasando entre letras y sueños hasta la primera que estaba en blanco. Se sorprendió al notar que el último sueño escrito era de tres meses atrás. ¿Tres meses? ¿Hace tanto que tengo ese sueño? Se encogió de hombros. Lo había hablado con unos amigos. Se repiten tanto porque los bloqueas dentro tuyo, no los dejas fluir, le había dicho uno que se la daba de filosofo de bar. Siempre escribís tus sueños, y este no lo hiciste, concluyó. No le parecía que tuviese mucho sentido pero probar no le costaba nada, de todas maneras no podía dejar de recordarlo. Sacó su lapicera tipo pluma de su bolsillo y con una caligrafía casi afeminada empezó a escribir:

            Me encontraba en un gran parque sin árboles, hacía mucho calor, el color verde del césped se veía extraño…

            Se detuvo. Un cliente lo llamaba de afuera. Buenos días, lo saludó. No era un habitual, pero habiendo tantos hoteles en la zona no le extrañaba ver clientes nuevos cada día. Lo que sí le llamó la atención fue el atuendo del hombre: ambo negro, corbata negra, camisa blanca, pantalones y zapatos negros. Su rostro anguloso iba con su físico extremadamente delgado y el sombrero bombin parecía ser una continuación directa de su cabeza, sin el cual, su sesos quedarían a la intemperie. A pesar de no llevar paraguas se encontraba completamente seco. El hombre lo saludo con un gesto de su cabeza y se adelantó hacía él. Algo en su avance hizo que se asustase y el diariero se corrió de la puerta de un salto. El hombre del ambo entró al puesto ignorándolo y entró tras él. Se encontraba leyendo el cuaderno de los sueños. Disculpe usted no puede entrar, le dijo de manera autoritaria pero sin estar muy seguro de que eso fuese cierto. Esto lo escribió usted. El diariero contestó que sí con la cabeza, aunque no hubiese sido una pregunta. El hombre del Bombin no hizo más que mirarlo, pero su mirada lo decía todo. El diariero salió corriendo del puesto. Si llegaba a la esquina y doblaba se encontraría con el policía apostado en la embajada y ahí estaría a salvo. El piso mojado lo hizo patinar más de una vez. Al llegar a la esquina miro hacia tras, el hombre del bombin lo miraba desde la parada de diarios, sin intentar perseguirlo. Ya estaba a salvo, el policía lo iba a salvar. Pero el policía no estaba, en su lugar se encontró con el hombre al que había dejado atrás. ¿Cómo es posible? No puede ser, se repetía a si mismo. Giró para huir nuevamente, sabiendo que era inútil, pero aún así lo intentó. No avanzó dos pasos que golpeó con ese hombre. Delante y detrás suyo se encontraba el hombre del bombin, o más bien dos hombres exactamente iguales en cada detalle de su ser. El diariero sabía que no eran hermanos, si no la misma persona. Sabía que estaba muerto. No gritó, nadie iba a escucharlo. Sabía, en el instante final, que murió por el pecado de soñar con un mundo que ya no existía

            Una vez cumplido su cometido, los hombres se miraron a los ojos. Dos en un mismo ciclo, se dijeron. Algo está pasando, se contestaron. No se sabe quien habló primero y quien contestó después. Tal vez fue todo al mismo tiempo. El blasfemo, afirmaron. Y se fueron cada uno por su lado.
            En el puesto, las hojas de los diarios y las revistas pasan acariciadas por el viento. Dentro solo falta el cuaderno. El mate recién servido humeaba esperando.

domingo, 7 de julio de 2013

Relatos Inesperados: Las manos.

Gabriel golpeaba el cuchillo contra la  vieja heladera.  Por suerte estaba solo. Ella le habría censurado ese “ruidito molesto”. Se rió entre lágrimas.
Lágrimas por su ausencia. Lágrimas por su presencia en todo lo que hacía.
Ninguno de sus primos se animó a acompañarlo.  “Bah, no es que no se animaron, les importa un bledo lo que hay dentro de la casa” le había comentado a su mejor amigo “Solo cuanto van a poder sacar por la venta”.
Se encogió de hombros, mejor estar solo que con esos tipos. El qué había pasado toda su vida entre estas paredes había sido él. Ahí nació, ahí, en ese cuarto, el de las paredes celestes.   Y por esa puerta vio irse a la espalda quien le dio a luz, para no volver.  Pero, mientras la puerta se cerraba, unas manos, sus manos ya algo arrugadas, se acercaban para abrazarlo.
                Se durmió en esa cama que había sido suya durante tantos años. Soñó con las tortas, con los tangos y boleros, con sus manos acariciándole la cabeza. Y mientras dormía las lágrimas se fueron y una sonrisa afloró en el rostro. Se despertó tarde, se sentó y por algún motivo las piernas no le llegaban al suelo. Con un saltito  fue hacia el baño. El picaporte y la llave de luz estaban más altos de lo normal. No llegó a prender  la luz que lo asustó un ruido que llegaba de la cocina. ¿Un ladrón? Salió corriendo. Tropezó con un mueble que hacía años que no estaba ahí. Atajó la lámpara y se quedó quieto. Escuchó un bolero, un bolero cantado con esa voz tan bajita como ella y  luego la vio batiendo huevos y con todo listo para marinar las milanesas.
                Abuela.               
                Dejó caer la lámpara al suelo. No escucho el estruendo, ni se percato de los vidrios rotos cuando camino hacia ella.
                Abuela.
                Y ella corrió hacia él y lo levantó en brazos como si no tuviese treinta y dos años
-¡Gabito! ¿Pero que haces, ché? ¡Tené cuidado!
-¡Abuela!
 -¿A ver esas patitas? No te cortaste de casualidad.  Ya está, no pasó nada, deja de llorar y explicáme que hacías con esa lámpara en mano.
-¡Abuela!
-¿Otra vez jugando a esa película que dan en el cine? Me parece muy violento que un chico juegue a esas cosas.
                Y al fin se vio al espejo, chiquito, con los rulos largos, sin el corte en la frente. Y entendió que era un recuerdo. Ella le lavó la cara y él por fin dejó de llorar.
-¡Pero…! Si me abrazas así de fuerte me vas a ahorcar. Veni, contáme que pasa.
                Se sentaron en ese sillón, que era para uno sólo pero que fue siempre para los dos.  Gabriel se quedó abrazándola, sintió su piel, el pulóver que usaba para cocinar en invierno, su corazón. Y luego de un largo silencio, la miró y ella supo que era algo serio. Y supo que no era su pequeño Gabito, sino que era Gabriel.
-Abuela, ¿qué pasó con mi papá?
-La verdad es que no lo sé. Creo que tu mamá no le dijo que estaba embarazada de vos.
-¿Pero sabes quién es?
-Sí.  Se llama Juan Manuel Duarte. Si buscas en el sótano vas a encontrar muchas fotos y cartas de él a tu mamá. Cartas que nunca leyó.
-Pero abuela, ¿nunca lo buscaste?
-Ay, Gabito…
                Y está vez fue ella quien dejo escapar lagrimas sin romper en llanto.
-Es que tenía miedo.
-¿Miedo de qué?
-De que me dejara sola.
-Ay, abuela. Nunca te pregunté por eso mismo, para que no tengas miedo.
-Gabito, somos dos paparulos.
-Sí, abuela.
-Me parece que es hora de que vuelvas a la cama, es muy tarde.
-Sí, abuela.
                Y fue hacia la pieza y se metió en la cama, ella lo arropó y cuando estaba por irse le hizo una última pregunta.
-Gabito, ¿extrañas mis tortas?
-¡Casi tanto cómo a vos!
                Ella volvió a sonreír.
-En el sótano junto a las fotos de tu papá, vas a encontrar mi libro de recetas.
-Gracias abuela
                Y se durmió.
               
Nunca extraño a una madre porque tuvo abuela.

Y ahora a su abuela. Y a su madre.  La misma persona. 

miércoles, 3 de julio de 2013

El relato de los viernes: Soy Sola


El café frío, el pan duro, la chica junto a la ventana, el silencio justo a su lado, las telarañas en el techo, el pelo largo que le cae por delante y por detrás de sus hombros, ni un solo mechón sobre su rostro.
            Hace una hora que espera. Ni el vidrio le devuelve el reflejo. Una araña se digna a bajar desde el techo para posarse en su hombro.
         
   Por un instante no dicen nada, solo se miran.

No va a venir.
Lo sé.
Como no vino ayer.
Lo sé.
Ni ningún día desde hace dos meses.
¡Lo sé!
¿Y por qué lo esperas?
No sé.
¿Por qué lo esperas?
Todos los demás están muertos. No queda nadie más.
Eso no es cierto.
Lo es para mí.
¿Entonces?
“¿Entonces?” ¿Qué?
Nada.
No tenés mosquitos para comer allá arriba. Digo, en vez de molestarme.
No, no, ya cené.
Son las tres de la tarde.
Los humanos tienen los horarios más raros del mundo.

            Ambos miran por la ventana.

¿Estás seguro?
Sí.
No va a venir.
No.
Lo sabía…
Lo sé.
Lo sabía. ¡Lo sabía! ¡LO SABÍA!
            Golpea la mesa con la palma de la mano.
Lo sabía…
¿Qué vas a hacer?
Nada. Están todos muertos.
Vos los dejaste ir.
¿Por qué la conciencia de pinocho era un grillo?
Un error de interpretación, supongo.
Entiendo.
Vas a estar bien.
Sí.
Hasta mañana.
Chau.

            El café frío, el pan duro, la mesa sola, las telarañas y el silencio por todos lados.


viernes, 28 de junio de 2013

El relato de los viernes: Sin Titulo

Frío.
A pesar de todo el abrigo que llevaba puesto tenía un punto débil.
El frío busca impasible cualquier rendija para filtrarse, para calarle los huesos.
Las manos.
Le dolían. Pero eso no lo detenía. La ropa no era importante, la arrancó sin vacilar. Se tomo su tiempo para el siguiente paso. Hizo un corte vertical y luego uno transversal, con cuidado sin desgarrar nada más lo abrió como una flor.
Frío.
Se apuró.
El trabajo era demasiado importante como dejarse amilanar por un enemigo invisible. Tenía que hacerlo mientras el cuerpo estuviese caliente.
No el suyo.
El de ella.
Hasta hacía diez minutos tenía 16 años y se los había arrebatado uno por uno, junto a todo lo demás. Amigos, familia, novio, futuro.
Ahora le sacaba también las tripas.  Sin parpadear, con precisión, sin romper nada importante.
Al fin terminó con el vaciamiento. Se sacó la ropa y se sentó encima del vientre de ella. Esperó. Se esforzó y cayeron unos huevos.
Frío.
Volvió a vestirse.
Cerró el vientre de su victima. El nido de sus hijos. Sus primogénitos.
Luego vendrán más.
Serán muchos.
Serán Legión
Y ya no hará frío.



sábado, 22 de junio de 2013

El relato de los viernes: El príncipe y la cenicienta.

            Tan  confiado estaba en que ella se quedaría con él para siempre jamás que ni le había preguntado el nombre. O sea ¿Cuántas veces, en la vida del príncipe heredero del mayor imperio que haya conocido la humanidad, podía cruzarse con la doncella de su vida en una fiesta repleta de pretendientes poco interesantes? Al menos dieciséis. Diecisiete si contamos aquella ocasión en que resulto ser un… dejémoslo ahí. El príncipe no quiere hablar de eso. Pero ¿en cuántas de esas ocasiones la doncella se había ido corriendo al reloj tocar las doce, justo antes de la fiesta carioca? Sólo una. “¡Inaudito! ¡Inaceptable! ¡Inad… Inad…Inad…!” intentó gritar el príncipe. “Inadmisible…” le susurro al oído una pretendiente que se negaba a aceptar el rechazo. “¡Eso!” gritó el príncipe, rindiéndose ante la idea de poder pronunciar algunas palabras demasiado complicadas.

            En ese momento fue cuando un guardia le señalo, alarmado, un objeto que brillaba en el suelo. Era un zapato de cristal, pero no cualquier zapato de cristal, no, era el de la doncella que había hechizado al príncipe con sus rulos negros, sus ojos adornados con largas pestañas y un vestido azul que insinuaba un poco menos de lo que mostraba. El príncipe corrió hacia aquel zapato pensando que podía ser la solución para sus problemas: “Aquella muchacha a la que le entre este zapato, será mi princesa” exclamó. Como es evidente, no tenía una gran memoria visual, al menos no podía distinguir las caras de las distintas mujeres que solían ocupar su vida… y sus manos. Tampoco era muy listo,  como lo demostró sutilmente el zapatero imperial que justo pasaba por allí. “¡Pero no seas bruto, por Dios!” Así, a ojímetro no más, te digo que ese zapato es un 37… 37 y medio… ¿sabes cuantas mujeres usan ese talle en el reino?” “un 72% aproximadamente” dijo el estadista oficial, que surgió detrás del zapatero. “Gracias” dijo el primero.  “De nada” le contestó el último, con una reverencia.”¡Qué les corten la cabeza!” gritó el príncipe por completo enojado. Solución que usaba su abuela para todos sus problemas.

            La fiesta continuó, el príncipe ahogo sus penas llevando a algunas damas de compañía a sus imperiales aposentos. Tras una noche de lujuria, agotadora para el heredero al trono, fingida para ellas, todos esperaban que se hubiese olvidado de la enigmática mujer. Pero no, al despertarse se encontró pensando en ella. Tal era su obsesión que no lograba prestarle atención a las palabras de los consejeros reales que intentaban advertirle algo que parecía de suma importancia, pero lejano ante la imagen de aquella belleza.

            Necesitaba encontrarla ¿pero cómo? Llamó a muchos especialistas, magos, adivinos, al servicio secreto de su majestad imperial, incluso a Jorge Rial. Se planearon más fiestas y se empezaron a buscar dobles para distraer al príncipe, que suspiraba y suspiraba por su amor perdido.  “No escatimaré en gastos hasta encontrarla” sentenció en una transmisión de cadena nacional.

            “Gastos, su majestad, gastos. De eso quiero hablarle hace días y semanas” fue escuchado al fin el consejero de la moneda. “Sí, gastos. Gastaremos todo lo que sea necesario de mi infinita fortuna”. “Bueno, señor, es que de eso se trata. Su infinita fortuna ya no es tan infinita”.  La información, que tardó unos 30 segundos en llegar al cerebro del príncipe, casi le da un sincope, corrió hacia la biblioteca, movió los libros correspondientes, camino por el pasillo correcto del laberinto y bajó las escaleras de “incontables escalones” y por fin llegó a la bóveda del tesoro que lucía considerablemente reducido y presentaba un poco fuera de moda boquete.  El consejero de la moneda le entregó una nota:

            “Querido príncipe, muchas gracias por el baile, realmente no hacía falta que lo distrajera, pero fue divertido. Mientras nos entreteníamos meneando las caderas mis compañeras se encargaron de vaciar gran parte de su tesoro. No se gaste (¿Entiende el chiste?), no volveremos a encontrarnos.

            Sinceramente no suya.


La cenicienta y su banda”

viernes, 14 de junio de 2013

Relato de los viernes. Esquinas y pasajes

Buenos Aires es una ciudad encantadora que esconde secretos y misterios en cada uno de sus cien barrios. Si uno observa un mapa de la ciudad, va a registrar una cantidad pero si recorre la misma a pie, no le van a quedar dudas de esa cifra centenaria. Buenos Aires esconde monstruos, puertas a los siete infiernos de Dante,   fantasmas y estaciones de subte olvidadas donde se pueden ver espectros que esperan  un vagón que nunca llega, casas embrujadas y hasta alguna casona y castillo escondido con maldición y todo.
Tal vez sus  secretos mejor guardados sean sus calles, sus esquinas. Su carácter de vox populi las esconde a plena vista, con sus historias terrenales y del más allá. Las calles son las guardianes incorruptibles, infranqueables, de las historias.
 Una calle se eleva sobre todas las otras en su labor.
Se encuentra en el barrio de Colegiales, a unos pasitos de Cabildo y Aguilar. Si agarra por está última hacía el lado de Las Heras, esta calle es la primera paralela a Cabildo. Si llega a Vuelta de obligado, hágale caso a la calle y pegue la vuelta. Se pasó. Es un pasaje: una cuadra no muy larga y bien angosta.  Para no equivocarse busque una vieja casona que domina el paisaje con sus rostros en los capilares de las columnas, pero haga lo que haga, por favor, no mire a los ojos de esos rostros o pasará a decorar la casa dejando libre a su captor y antiguo capturado. Si logra contener su curiosidad y camina por el adoquinado a mitad de cuadra, va a encontrarse con un limonero que señala una antiquísima casa de adobe que, pese a su aspecto, se mantiene en óptimas condiciones.  Un gaucho todavía habita en ella y si se deja invitar unos mates, pelará una vihuela y le contará su historia, que tal vez ya conozca. Dos casas más allá, casi llegando a Palpa, encontrarán a una vieja mujer jorobada, que siempre está sentada en la puerta de su casa tomando mate sin importar la hora. No habla casi nunca. Nunca dice una palabra hasta que algún desprevenido se para frente a ella y le advierte que no la mire a los ojos, pero para ese entonces ya es demasiado tarde.   La muerte, inevitable, se encontrará  más cerca que antes de entrar a esa calle. Pero si logra no la mirarla a los ojos su vida se extenderá por décadas. Allí también encontrará un viejo bodegón atendido por, una hermosa pareja dónde lo efímero se vuelve eterno y lo que nunca pudo ser, se vuelve real  entre las tazas de su exquisito café.

Por supuesto, la calle no tiene nombre y si la busca en los mapas no la va a encontrar. Pero ahí está, esperándolo.  El secreto es ir por la zona sin pensar en esta calle, algo que no va a lograr luego de haber leído este texto. Al fin y al cabo hasta los guardianes necesitan ser cuidados.

jueves, 23 de mayo de 2013

De libros y princesas.

Bueno, abandoné un poco el blog. Se debe a que estoy en mudanza y sin internet fija, pero me tomo el ratito para contarles que hará un año se me acercó la gente de Latinbooks a pedirme que haga un nuevo volumen de "cuentos con princesas". Les dije que sí, sin dudarlo, demostrando mi confianza absoluta en poder hacerlo. Al dejar la editorial, llamé a mi mujer y en completo estado de pánico le dije "Tengo que hacer cuentos de princesas!" "felicitaciones!" fue su obvia respuesta. "ma' que felicitaciones... NO TENGO IDEA QUE HACER. ODIO LAS PRINCESAS". Me dijo unas palabras tranquilizadoras y que no era tan difícil. Entonces le pedí con lagrimas de desesperación en los ojos que lo co escribiera conmigo. Surgió la idea, no me acuerdo si a ella o a mi, de hacer princesas no europeas. Chinas, africanas, quechuas y otros.
La idea gustó mucho en la editorial, pero con la condición de que la protagonista sea europea, rubia, ojos celestes. Cedí, pero como siempre la historia fue a mi manera, bah a la manera mía y de Laura. Ella pensó algunas de las historias individuales, yo las corregí, les di forma y las uní con una historia principal.
Fue una experiencia hermosa, me divertí mucho escribiendo en co autoría con ella, y sobre princesas, ya no las odio, todo lo contrario.
El resultado final, con ilustraciones de mi maravillosa amiga y genial artista Aleta Vidal Lonegro, es un libro hermoso que, aunque sufrió algunos cambios, no me arrepiento ni me disgusta ni una sola letra del mismo. Probablemente se vea en bateas de todas las librerías para fin de año, junto con el libro de Cuentos de escalofríos y, quien sabe, tal vez alguna cosita más.
Estoy muy contento y orgulloso de este libro.
Acá una muestrita del arte de Aleta para el libro

domingo, 5 de mayo de 2013

Los niños y los libros


Fui a la feria del libro el jueves que abrió, cortesía de mi amiga Valentina Vidal y en el pequeño paseo que dí, compré libros en Edelvives para los chicos: primeras preguntas, de Alison Jay, una caja con cuatro mini libros con páginas de cartón con preguntas para los niños; y ¡Qué llega el lobo! Un libro álbum ilustrado que le da una linda vuelta al arquetipo del lobo, para nenes bien chiquitos.
Se volvieron los favoritos de los melli enseguida. La primer noche Martín se durmió abrazando uno de los libritos de Jay y Facundo te trae ¡Qué llega el lobo! para que se lo leas y al llegar a la última página canta el feliz cumpleaños y sopla...


Papá super orgulloso, ¡presente!

viernes, 26 de abril de 2013

¡La feria del libro ya empezó!

Ayer fui a la feria del libro y me la encontré más linda y acogedora. Tal vez sea porque estaba casi vacía y uno podía andar a sus anchas sin tropezar con nadie, pero me pareció que los stands están más lindos y mejor ubicados, incluyendo los usualmente aburridos stands de las provincias apenas entramos o los publicitarios luego del túnel  O tal vez sea que tenía nostalgia ya que el año pasado no había podido ir. No sé. Lo cierto es que pasé por Edelvives y me compré 5 hermosos libros para mis hijos y si hubiese tenido más dinero en mi billetera hubiese llevado algo para mi. (supongo que los convencí con eso de que son para los melli y no para mi...)
Pero entre todos los stands, todos los libros, siempre tengo mi preferido, porque salio de adentro mio y de una amiga que quiero mucho. Y ahí está en el stand de abran cancha, crecercreando, amauta y riderchails (perdón si me equivoqué o falta alguno). ¿La dirección? Stand 806 pabellón verde.

Y anoten: El domingo 12/5 a las 17 hs estaremos firmando ejemplares con Aleta Vidal y por lo que me pude enterar estaremos acompañados de la gran Patricia Suarez. Que me tiemblan las piernas.

El relato de los viernes: De hielo



            Me despierto con un leve dolor en el pecho. Envío a los exploradores en busca de comida. Mi edad y mi posición me permiten quedarme en la comodidad y calor del refugio, junto con los pocos niños y mujeres. De todas maneras salgo a ver como caen las primeras nieves del día. Nieve gris, sucia. Nieve muerta. Pero aún así me recuerda cuando la conocí, cuando me salvó la vida. Me recuerda sus ojos. Una época lejana en el tiempo pero más real que esta vida acostumbrada a luchar por sobrevivir. Esa noche estaba muerto de sueño. No sé cuantas cafiaspirinas había tomado desde la mañana pero seguro fueron más de las recomendables. No contaba con fuerzas ni ánimo para levantar la taza de té que dejó en la mesa de luz. Creo que ese fue el momento el mundo se fue a la mierda. Aunque podría haber sucedido un instante antes o algunos minutos después, no estoy tan seguro. Solo podía pensar en sus ojos. El día anterior laburé casi hasta la medianoche. La guita no me sobraba e hice horas extras para poder salir de joda con los pibes. Cobré el día en mano.  No me gustaba pedir prestado, así que me rompí el lomo por unos mangos más. Hace poco uno de los exploradores  encontró uno de cien en perfecto estado. Apenas si tenía rota una esquina y llevaba una de esas inscripciones religiosas que le solían escribir para atraer más dinero.  El pibe estaba maravillado. Y yo se lo corté en pedacitos delante de todos, no podemos permitirnos perder el tiempo con boludeces. Pero cuando se fueron junte los pedazos y me los guardé.  El asunto que empezó supuestamente como una larga joda con amigos, una noche de pool, escabio y levante, terminó rápido, al menos la parte de los amigos. Íbamos siempre al mismo bar. Las mesas eran un asco, los paños estaban rotos y las bandas duras. Pero ahí había más minitas y cuando jugabas bien, tan bien como nosotros al menos, el levante se hacía más fácil. En una buena noche no  hacía ni falta encararlas, ellas lo hacían todo. Pero esa noche fue especial. Apenas jugamos un par de partidos, la vi observándome sin pestañear.  Tenía unos ojos tan claros, que podrían ser de hielo. Me acerqué, hablamos dos o tres palabras y nos fuimos para su departamento, que quedaba a  tres cuadras. Y esa, era una manera generosa de llamarlo porque la realidad es que era un sótano, oscuro, con dos pequeños tragaluces como ventanas y ventilación. Supongo que eso fue lo que me salvo ese día, estar ahí abajo.  Ella se movía en la oscuridad con una seguridad pasmosa, mientras que yo me llevaba por delante cada uno de sus muebles. Tomó el control de entrada y eso me descolocó. No estaba acostumbrado aquello y menos a lo que sucedió después. ¿Alguna vez tuvieron un orgasmo sin acabar? hasta esa noche siempre pensé que era un mito. Esa mujer sabía usar los músculos internos como ninguna Jamás volví a tener sexo como esa noche. Inolvidable, esos ojos tan cristalinos, estoy seguro que nunca se vio algo así, no después de esa mañana. Veo volver a los exploradores, traen algo grande, me pone feliz por los niños, pero yo no voy a lograr recibirlos, ni probar bocado. No siento el frio, y mis piernas ya no me sostienen. El cielo es tan gris y feo como la nieve, excepto ese  último copo que cae sobre mis ojos, cristalino, de hielo.